Imaginemos un apartamento exquisito y algo bohemio en Manhattan; si asomamos la cabeza, veremos a una pareja de mediana edad que toma una comida ligera en la cocina o se acaricia en el dormitorio, sin que la mujer se moleste ya en quitarse esos calcetines de lana que tanto le gustan. Son Rebecca y Peter Harris; llevan juntos muchos años y comparten la misma afición el arte. La pasión de antes es ahora complicidad y todo parece presagiar que así seguirán sus días, pero de repente aparece Mizzy, el hermano de Rebecca, que tiene poco más de veinte años. El chico se instala en casa de los Harris, buscando consuelo y ayuda tras una época de confusión y adicción a las drogas. Su hermoso cuerpo, que él muestra con desenvoltura, es a ojos del cuñado el símbolo de la belleza pura, captada en ese momento mágico en que todo parece aún posible. Bien mirado, Dizzy es Rebecca, libre de los estragos del tiempo, y Peter se descubre dispuesto a gozar pero de nuevo, a apostar por una locura y a pagar su precio. La vida se encargará de resolver las dudas de Peter Harris, pero el autor lo retrata aquí sin que importen sus arrugas, y consigue algo que solo saben hacer los grandes maestros: que la imperfección de un hombre, su vulnerabilidad, su poquedad, sean finalmente un elogio a de más humano hay en cada uno de nosotros.
Tapa blanda, 289 pág. en buen estado. Lumen 2011. 1ª ed.